El bolín petota (Cyprinodon artifrons) es un pez pequeño, de unos cinco centímetros, que vive en los manglares y otros sistemas acuáticos costeros de la península de Yucatán, informó Juan J. Schmitter-Soto, investigador del Colegio de la Frontera Sur (Ecosur).
En entrevista con este rotativo, el Doctor en Biología de Sistemas y Recursos Acuáticos dio a conocer que el bolín petota también habita en Cozumel e Isla Mujeres, pero no en aguas interiores, es decir, no está presente en la laguna de Chichankanab, del municipio José María Morelos, por ejemplo.
Esta especie se alimenta de detritus (restos o partículas, materia muerta) y a él se lo comen peces de mayor tamaño, así como aves acuáticas. Su cuerpo es moderadamente alto y regordete, con una cabeza aplanada y hocico ancho y corto, tiene una narina (orificio nasal) frontal no tubular, cubierta del ojo no continua con la piel de la cabeza y dientes comprimidos, con tres puntas en series sencillas.
Son ovíparos, en general desovan de primavera a otoño; presentan tubérculos nupciales en la aleta anal, además de un marcado dimorfismo sexual. El macho en celo presenta coloración azul metálico en el dorso, negruzca debajo y en la base de la caudal y en la parte inferior de las aletas pectorales, pélvicas y anal.
Las doctoras Martha Luz Rojas Wiesner, Tania Cruz Salazar y María Guadalupe Ortiz Gómez, investigadoras de Departamento Sociedad y Cultura, Grupo Académico Estudios de Migración y Procesos Transfronterizos, reflexionaron acerca de los problemas asociados al fenómeno de las movilidades de las personas en la frontera sur de México.
Tomando como base los resultados de una investigación realizada por la doctora Lilia Albert, que hizo para que hizo para determinar la presencia de plaguicidas en los seres humanos en la región de la frontera sur de Chiapas, se detectó en la sangre, en tejidos, estómago, en leche materna, cabello y uñas, todos de una u otra manera en la población. Así lo dio a conocer en entrevista para el rotativo EL ORBE, Cristian Tovilla Hernández, investigador del área de Ciencias de la Sustentabilidad del Colegio de la Frontera Sur (Ecosur), con sede en Tapachula. Dijo que, en la Ciudad de México, Puebla, Oaxaca, Monterrey, Guadalajara, se hicieron estudios similares y resulta que eran las mayores concentraciones en el país, y una de las áreas donde salieron con más concentración fue en la leche materna.
El nivel socioeconómico y la humedad son algunos de los factores más determinantes para predecir casos de dengue grave en México, según un estudio publicado en la revista científica Informática Ecológica.
Conoce los comentarios de Pablo Liedo y Ariane Dor, investigadores de ECOSUR, que realizan sobre el impacto del dengue en la población del sureste de México.
Cuando era niña viajaba en carretera con mis padres y me encantaba observar por la ventana el verdor de los bosques, era como estar frente a un mar verde que se perdía entre las montañas. Ahora de adulta viajo nuevamente por esas carreteras y todo es diferente, ese mar verde de bosques o selvas casi ha desaparecido. Si tengo suerte a veces solo veo pequeñas islas esmeraldas perdidas entre cultivos, zonas deforestadas, casas y caminos. Cuando veo una mancha verde tengo que poner mucho cuidado, la mayoría de veces esas manchas son grandes extensiones de monocultivos, como la palma africana en la costa de Chiapas o las huertas de aguacate en Michoacán.
Desafortunadamente estos escenarios de transformación no son únicos para las carreteras que recorro. La deforestacióny ladegradación de bosques y selvas en el mundo son alarmantes y representan una de las principales causas de la pérdida de biodiversidad en el planeta. Además, la fauna, flora y demás biodiversidad que antes existía en esas grandes extensiones de bosques o selvas, ahora tienen que subsistir en fragmentos cada vez más pequeños y aislados, y desafortunadamente muchas especies no logran permanecer y desaparecen.
La deforestación y la transformación de los ecosistemas naturales no se da de manera ordenada, como cuando partimos un pastel en rebanadas continuas, una detrás de otra, y en donde todas tienen un tamaño similar. Por el contrario, la cantidad de área que se transforma varía tanto de forma como de tamaño, y las nuevas actividades que se desarrollan en esos lugares también son muy variadas, pudiendo ser campos ganaderos, cultivos de sombra, monocultivos, establecimiento de viviendas, cercas vivas, caminos, granjas, etc., las cuales a veces comparten escenario con otros elementos naturales como ríos, lagos, lagunas y demás. Como resultado de esta transformación, lo que antes veíamos como un paisaje continuo de vegetación conservada, ahora es una especie de mosaico irregular, en donde se encuentran diferentes tipos de cobertura o uso de suelo.
Ecología del paisaje
La ciencia que se encarga de estudiar los efectos de los cambios en el paisaje sobre la biodiversidad, desde diversidad genética hasta diversidad de funciones ecosistémicas, se llama ecología del paisaje. El paisaje puede definirse, de manera general, como una porción de territorio que puede estar compuesto por varios tipos de vegetación o usos de suelo. Al decir uso de suelo nos referimos a las actividades que se desempeñan en un área determinada, como: asentamientos humanos, caminos, zonas deforestadas, cultivos, actividades ganaderas, incluyendo vegetación conservada o perturbada, así como ríos, lagos, lagunas, montañas, etc.
De manera general podemos hablar de dos características del paisaje, su composición (tipos y cantidades de coberturas o usos de suelo) y su configuración (distribución espacial, tamaño, forma, número de unidades de las diferentes coberturas o usos de suelo). Dependiendo como sea la composición y configuración del paisaje, la respuesta de la biodiversidad puede variar. Veamos unos ejemplos. En la siguiente figura, los escenarios A y B tienen la misma composición, es decir la misma cantidad de bosque (+ 15%) y la misma cantidad de pastos para ganado (+ 85%), pero la configuración es diferente. Mientras en el escenario A, el bosque está distribuido en un bloque (forma) y en un extremo del paisaje (distribución espacial), en el escenario B el bosque forma una especie de corredor que se distribuye atravesando el pastizal. Ahora bien, imagina que eres una ardilla, un roedor o cualquier otro animalito del bosque, que como cualquier otro ser vivo necesita de agua para vivir y trata de contestar ¿en cuál de estos dos escenarios crees que sería mejor vivir, A o B? Posiblemente el escenario B sea mejor, porque ese corredor de vegetación te permitiría atravesar el pastizal hasta la fuente de agua, con mayor protección ante tus depredadores; por ejemplo, para las aves rapaces sería más fácil ubicarte si caminas sobre el pastizal que si lo haces dentro del bosque. En algunos trabajos realizados en las selvas tropicales lluviosas de Los Tuxtlas en Veracruz y de la Selva Lacandona en Chiapas, algunos ecólogos del paisaje han demostrado que en paisajes en donde existen pequeños fragmentos o pedazos de selva y corredores de vegetación existe movimiento de monos aulladores, quienes usan esos corredores para buscar alimento.
Si bien los escenarios A y B son posibles de ver en la realidad, los paisajes en el trópico suelen ser más complejos, como los mostrados en los escenarios C y D, los cuales tienen diferente composición y configuración. En el escenario C la cantidad de bosque se ha reducido y por lo tanto han aumentado las zonas de actividades agropecuarias (cultivos y ganado). También observamos que, mientras en el escenario C la mayoría de cultivos son herbáceos y hay una dominancia de cultivo de palma, en el escenario D hay otros cultivos diferentes, e incluso cultivos que integran árboles (como los sistemas agroforestales de cacao y café de sombra). Incluso, en el escenario D observamos un árbol aislado, el cual además de darle sombra al ganado y a los trabajadores del campo, proporciona refugio a una amplia diversidad de animales y plantas, y nutrientes al suelo. Después de describir estos escenarios, ahora piensa que eres un árbol de la selva, de frutos carnosos, que necesita de insectos para ser polinizado (ej. abejas) y de mamíferos y aves para dispersar tus semillas (es decir para que tus semillas lleguen a otros lados y se establezcan).
En ¿cuál de todos los escenarios te convendría vivir, A, B, C o D?
Si vives en el escenario A, es muy probable que tus flores sean polinizadas solo por las abejas que viven en ese fragmento de bosque y que tus semillas no alejen mucho de ese pedazo de vegetación. En el escenario B, la distancia que tus semillas podrán recorrer será mayor siempre y cuando los dispersores usen el corredor para moverse. En el escenario C, tu hábitat (es decir el bosque donde vives) se ha reducido y dividido en dos fragmentos pequeños que está rodeados de palma y de pastizal, en este escenario es probable que también tus polinizadores se hayan reducido en número (ej., reducción poblacional) lo cual reduce los eventos de polinización para tus flores. En relación con tus semillas es probable que algunos de tus dispersores, por ejemplo, algunos roedores, se aventuren a caminar bajo la copa de las palmas y así llevar tus semillas de un fragmento de bosque a otro, e inclusive a zonas de palma o de otros cultivos donde los roedores se sientan protegidos.
Finalmente, en el escenario D, además de tener el corredor de vegetación a lo largo del pastizal, el ambiente que está alrededor (lo que los especialistas llaman matriz circundante) está conformado por una variedad más amplia de usos de suelo, en comparación con los escenarios A, B y C. En la matriz del escenario D es posible que las abejas que polinizan tus flores encuentren otras fuentes de alimento en la diversidad de cultivos que hay (ej., polen y néctar de las huertas de mango), lo cual les permite adaptarse a este paisaje transformado. Esta misma matriz puede proporcionar alimento y refugio a tus dispersores de semillas, quienes se moverán con mayor facilidad y seguridad entre las diferentes unidades de uso de suelo, llevando consigo tus semillas.
Algo muy importante en los estudios de ecología del paisaje es la escala, es decir, la extensión territorial en la cual se van a manifestar los fenómenos o los organismos de nuestro interés, debido a esto la escala espacial depende de nuestro estudio. Por ejemplo, si queremos conocer cuáles son las fuentes de alimentación (ej., especies de plantas que usan para obtener polen y néctar) de algún animal, no podemos usar la misma escala de estudio para la hormiga arriera (Atta cephalotes) que se mueve cerca de 100 m alrededor de su nido, que para la abeja europea (Apis mellifera) que tiene un rango de vuelo de más de 12 km entorno a su colmena; aunque los dos son insectos, cada especie tiene un comportamiento diferente.
Escenarios hipotéticos de un paisaje modificado por actividades agropecuarias (Elaboración propia).
Biodiversidad, conservación y paisajes
Conocer y entender cómo funcionan y se relacionan los diferentes elementos de un paisaje para el mantenimiento de la biodiversidad, lo que incluye servicios ambientales como: la protección del suelo, la recarga de acuíferos, la producción de alimentos, el mantenimiento de polinizadores, la atenuación de plagas, etc., nos proporciona herramientas muy valiosas para la creación de mejores estrategias para el manejo de los recursos naturales, la conservación de la biodiversidad y el ordenamiento territorial. En las siguientes imágenes, tomadas en cámaras trampa, podemos ver a una pecarí de collar (Pecaru tajacu) (A) y a un ocelote (Leopardus pardalis) (B), registrados en fragmentos (90 ha) de selva adyacente a la Reserva de la Biósfera de Montes Azules, Chiapas. (Crédito: Sergio Nicasio-Arzeta)
A) Pecarí de collar (Pecaru tajacu); B) Ocelote (Leopardus pardalis). Fotografías: Sergio Nicasio-Arzeta.
Aunque hace falta mucho que explorar sobre la ecología del paisaje, los expertos mencionan que la mejor forma de mantener la biodiversidad es a través de la conservación de sus hábitats, por ejemplo, con áreas naturales protegidas. Sin embargo, ante la realidad que tenemos de ambientes transformados, algunas técnicas de enriquecimiento podrían atenuar un poco los efectos negativos de esta deforestación y degradación ambiental, como puede ser la presencia de árboles aislados, el uso de cercas vivas con diferentes especies de árboles para delimitar los terrenos, las actividades agroforestales, el enriquecimiento de parcelas con flora nativa para los polinizadores y otras más.
En tu próximo viaje por carretera o avión, te invito a mirar tu entorno con otros ojos, observa el paisaje, sus diferentes unidades, las formas y disposición de éstas y piensa en todas las implicaciones que esta transformación tiene en el ecosistema.
Agradecimiento: Al proyecto “Moderación del paisaje sobre patrones de biodiversidad: contribución a la teoría ecológica del paisaje” (320718) financiado por Ciencia Básica y/o Ciencia de Frontera: Paradigmas y Controversias
de la Ciencia 2022, de CONACYT.
Para Saber Más:
Arroyo-Rodríguez V., Moren, C.E. y Galán-Acedo C. (2017). La ecología del paisaje en México: Logros, desafíos y oportunidades en las ciencias biológicas. Revista Mexicana de Biodiversidad, 88, 42-51. https://doi.org/10.1016/j.rmb.2017.10.004
Arroyo-Rodríguez V. (2018). Ecología de paisajes fragmentados, una disciplina científica de gran valor teórico y aplicado. Boletín de la UNAM, campus Morelia, 72, 1-3. http://www.morelia.unam.mx/vinculacion/boletines/72_2018%20mar-abr.pdf
García D. (2011). Efectos biológicos de la fragmentación de hábitats: Nuevas aproximaciones para resolver un viejo problema. Ecosistemas, 20, 1-10. https://www.redalyc.org/pdf/540/54022121001.pdf
Susana Maza Villalobos Méndez. CONACYT-ECOSUR. Grupo de Agroecología, Departamento de Agricultura, Sociedad y Ambiente. Chiapas, México.
Prolifera la presencia del “Mosquito Bobo” por la excesiva contaminación a los cuerpos de agua, principalmente en la Bahía de Chetumal
El cambio climático y la contaminación con agroquímicos son daños al medio ambiente que están provocando el brote masivo del “Mosco Bobo” en la bahía de Chetumal, advirtió el investigador del Colegio de la Frontera Sur (Ecosur), Yann Hénaut.
La propagación del insecto de nombre científico “Aedes sollicitans”, se debe principalmente al exceso de nutrientes en la bahía. En los últimos años, la plaga se alcanza a visibilizar a lo largo de todo el bulevar Bahía de Chetumal hasta la comunidad turística de Calderitas. De acuerdo con Yann Hénaut, la presencia masiva es el resultado también del uso de pesticidas y agroquímicos para actividades agropecuarias.
Por otro lado, Edgar Raziel, también investigador biólogo de Ecosur, propone “sanear” por completo la Bahía de Chetumal, principalmente donde se da la contaminación.
De acuerdo con los especialistas, en el año 2021 la presencia de estos mosquitos se extendió a lo largo del bulevar Bahía y afectó a por lo menos unas tres mil viviendas asentadas en las inmediaciones.
El día del niño, Leo y sus amigos de generación de cortadores no recibieron regalo porque estaban trabajando
MARTHA GARCÍA ORTEGA*
Trabajo infantil en un ingenio. Martha Garciia Ortega.
Como a las ocho de la noche cientos de pueblos del México rural ya duermen. Uno puede imaginar las escenas nocturnas de esos ejidos cansados por la jornada del día. El silencio de panteón sepulta el trajín de la zafra nacional: por lo menos 70 mil cortadores y cortadoras de caña cayeron rendidos envueltos en la bruma translúcida de la luna nueva, de las lámparas públicas y caseras de los hogares dedicados a fabricar azúcar.
Las bestias mecánicas también descansan, se aceitaron alzadoras de caña, camiones y remolques estorban el paisaje plácido de las calles campesinas. Las cosechadoras, lo último en tecnología para sustituir a la mano de obra, también quedaron listas. Aunque el trabajo es arduo, todo el mundo es feliz porque hay empleo por casi seis meses en 15 estados cañeros que aportan diario el dulce de los atoles matutinos y los interminables cafés.
Estados productores de caña en México
Campeche Morelos San Luis Potosí
Chiapas Nayarit Sinaloa
Colima Oaxaca Tabasco
Jalisco Puebla Tamaulipas
Michoacán Quintana Roo Veracruz
En esas regiones, el reposo se interrumpe en plena madrugada por el silbato del transporte alertando a la gente. Los machetes empiezan el día, se afilan, chocan, el sonido metálico se mezcla con la bulla de los cortadores y las órdenes de las mujeres en zapoteco, tsotsil, náhuatl, mam, huichol, cora, rarámuri, tlapaneco o chinanteco, incluso en inglés por los llegados de Belice. Las cocineras contratadas o familiares llevan hora y media despiertas echando la tortilla para los itacates o “lonches”, según el argot local muy al estilo espanglish por las costumbres de quienes han ido al norte.
Hacia las cuatro de la mañana los fantasmas deambulan, son figuras delgadas y de otros gruesos; aun portando ropa limpia, el tizne los delata como jornaleros cañeros; son señores grandes, curtidos, de rostros agrios forjados en el monte y los surcos de varias milpas y enésimas cosechas en enclaves agroindustriales dentro y fuera del país. “Bien trabajados”, dicen que están.
En medio del barullo en las galeras varias siluetas resurgen con sus faldones, pantalones y paliacates, van bien forradas para soportar el calor de más de 30 grados. Tales mujeres son parte del ejército femenino empleado en la zafra. Unas van con su séquito infantil cargando a sus crías y guiando el camino con la punta del machete tumbando caña, improvisando un refugio en la rala sombra.
Niños cortadores
En equis pueblo cañero, en ese desfile de almas madrugadoras resaltan sombras menos duras, más ágiles y parlanchinas, unas son diminutas. Ahí está Leo, un niño cortador de caña con 12 años, aunque aparenta diez. Todavía con sueño y frío se cuelga del brazo atrás del camión para ver la salida del sol. Desde hace tiempo corta caña con su familia y tiene enquistadas las sentencias del abuelo inculcando la disciplina del jornalero para enseñarse a ser hombre, igualito al papá, a sus hermanos y al resto de los trabajadores del pueblo, una comunidad -entre cientos- abastecedora de la fuerza laboral para la cosecha del único cultivo mexicano con una ley.
Leo pertenece a esos grupos de corte de caña desplazados desde las sierras de Veracruz, Guerrero, Puebla, Chihuahua, Nayarit, Oaxaca o Chiapas; del norte de Guatemala o de los distritos fronterizos beliceños. Hace más de medio siglo, sus antepasados inauguraron la tradición de migrar para trabajar llegando cada año a los ingenios azucareros.
Posiblemente, este niño estará en el cañal más de ocho horas, cortará sus toneladas de caña por 60 pesos cada una, quizá corte tres. Estará a las seis am, en “la pegada”, pedazo de surcos para cortar ese día; desayunará tortillas con frijol y chile con refresco, y a la una comerá. El mismo Leo lleva un radio con su música favorita, su ánfora con agua que cuidará del sol en las extendidas hectáreas de caña a cielo abierto.
Una tarde lo reconocí de regreso a la galera con su cuadrilla de trabajadores, venía sentado con sus pies colgando atrás en la camioneta, lleno de tizne, “sucio, sucio”, como dice su madre. El día del niño, Leo y sus amigos de generación de cortadores no recibieron regalo porque estaban trabajando. Ellos y otros cientos en las más de 50 regiones cañeras quedan fuera de cualquier lista altruista. Tampoco están en las estadísticas que los borran del mapa porque califican en las “malas prácticas” de los indicadores internacionales.
Familias y empleadores los esconden, los niegan por muchas razones: esos menores de 18 años son padres de familia, encabezan hogares con la madre sin presencia paterna, escaparon de hogares con violencia, necesitan una computadora, un celular, un balón, uniformes, zapatos, “ayudar a la familia”. Tal experiencia se extiende ocasionalmente a adolescentes cortadoras.
El destierro de estos infantes del mercado laboral carece de un destino final, algo omitido en los indicadores del programa Cero tolerancia al trabajo infantil en el corte de caña aceptado por el gobierno mexicano en 2016. ¿Qué hacer con los millones de niños y niñas desempleados de la agricultura amenazados en su desarrollo integral y sano? En zonas de riesgo, hasta se teme su reclutamiento por grupos delictivos.
Una vez vi a Leo jugar a los carritos en el solar polvoriento de su casa, me había acostumbrado a reconocerlo con un machete limpiando y cortando caña, un trabajo de alto riesgo, según los parámetros mundiales. La ONU tiene razón, pero este preadolescente se forjó ahí con una larga historia de aprendizaje familiar y comunitario como dicta la costumbre para hacer personas de bien. Después de todo, no hay escuela que valga si no le gusta leer, si el maestro no va a la comunidad o humilla a estudiantes, si hay castigos por hablar el idioma original, si no hay para ir a las clases.
Los grupos de cosecha indígenas mexicanos, guatemaltecos y beliceños son parte de la historia de explotación en la producción de un producto, el azúcar mexicano, del que se podría estar orgulloso si se abandona la madeja interminable de abusos que empaña tristemente las victorias agrarias y políticas, y las buenas prácticas de algunos en el sector.
Pararse en los campos cañeros en pleno siglo XXI y hablar del trabajo infantil nos acerca al México Profundo y a las clásicas escenas del cine nacional con sus caciques despiadados, no muy alejadas de estos tiempos de avances tecnológicos y científicos, apenas imaginables en las mentes jornaleras por el acceso al internet y sus redes transnacionales.
En su universo, Leo seguirá regresando a la galera cada tarde colgado en un camión de cortadores de caña viendo algún ocaso con el tizne en la cara. Y mientras, avanzamos hacia otro siglo de vergüenza global con las peores formas de trabajo y, en otras latitudes, con ideas para erradicar el trabajo infantil con indicadores ignorados por las familias trabajadoras.
* Investigadora de El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR)
Desde que llegó el pez diablo a la cuenca del Usumacinta, hace poco más de 16 años, causó tal revuelo que los pescadores le temían y pensaban que todo se había acabado, pues de la noche a la mañana pasó a ser la principal especie en sus redes de pesca. Algunas estimaciones han calculado que de cada 10 peces, entre ocho y nueve son pez diablo.
Debido a lo anterior, se presentó la investigación “El impacto del pez diablo en la región Usumacinta en Tabasco y Chiapas”, realizada por la asociación civil Conservación de la Biodiversidad del Usumacinta (Cobius), El Colegio de la Frontera Sur (Ecosur) y la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT). Se trata de un trabajo de cuatro años que documenta los daños ecológicos y económicos que ha generado esta especie al ecosistema invadido.
“Los resultados actuales del proyecto contemplan que la calidad del agua en el río Usumacinta, en los sitios donde se captura el pez diablo, es de calidad baja a media, según datos físicos-químicos del agua; de igual forma, la calidad de la vegetación de ribera es de calidad media baja”, destaca la investigación.
La investigación resalta que esta contaminación también tiene relación con la densidad de la población humana, ya que por las márgenes de la cuenca viven cerca de 147 mil 281 habitantes.
Otro de los resultados indica que también se debe a la presencia de plaguicidas que se usan en la agricultura y que actualmente están prohibidos tras diversas muestras de tejido del músculo del pez diablo, el cual arrojó niveles de estas sustancias tóxicas cancerígenas.
“Sin embargo, aún no tenemos datos de referencia para determinar si las concentraciones encontradas son elevadas”.
Durante estos 16 años se han generado investigaciones e iniciativas para buscar, por un lado, incorporarlo a la gastronomía regional, y por el otro, controlar sus poblaciones para convertirlo en alimento.
“Sin embargo, hay muchas incógnitas que despejar sobre la especie y los esfuerzos por controlarlos son muy puntuales, pues solo ha habido destellos de éxito en emprendimiento comercial, pero sin tener un mayor impacto en la población del pez diablo”.
En la investigación se observó “que la población del pez diablo, en el Usumacinta, fluctúa considerablemente al grado de bajar sus tasas de captura y moverse con la dinámica hidrológica de la región, dando descansos y luego explosiones demográficas a tal grado que, en temporadas, puede pasar de uno a ocho veces esta especie por cada 10 peces capturados en el Usumacinta”.