Luis Bernardo Vázquez Hernández
lbvazquez@ecosur.mx
Luis-Bernardo Vázquez Hernandez, El Colegio de la Frontera Sur.
Paul Thomas, Faculty of Natural Sciences, University of Stirling
Los bosques y selvas a nivel mundial están bajo amenaza de desaparecer. Entre 2015 y 2020, la tasa de deforestación de estos ecosistemas, se estimó en alrededor de 10 millones de hectáreas cada año. Desde 1990, se cree que alrededor de 420 millones de hectáreas de bosque se han perdido debido a la conversión de tierras, entre 2000 y 2010, el 40 % de la deforestación en los trópicos fue resultado directo de la expansión localizada de la agricultura y ganadería comercial (Hosonuma et al., 2012). Según un estudio de la FAO (La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), se pronostica que la demanda de tierras agrícolas se acelerará en los próximos años, con un aumento notable en esta demanda del 50 por ciento para el año 2050. Esta proyección esta influenciada directamente por el rápido crecimiento población y por un cambio en los hábitos alimentarios de la población humana a nivel mundial. De hecho, uno de los impulsores más potentes de la expansión de las tierras agrícolas son los cambios en los hábitos alimentarios humanos (Tilman y Clark, 2014). En América del Sur, alrededor del 71% de la selva tropical ha sido reemplazada por pastos y un 14% adicional para el cultivo de alimentos para animales. Desde la perspectiva del uso de la tierra, la producción de proteína animal es en general muy ineficiente y reemplazar la ingesta dietética con proteína vegetal reduciría significativamente la cantidad de tierra agrícola necesaria para alimentar a la población mundial. Sin embargo, se pronostica que el consumo per capita de proteína animal aumentará significativamente (FAO, 2017) contribuyendo aún más a las tasas de deforestación mundial.
La pérdida masiva de bosques para la agricultura no es sostenible, y existe un amplio consenso a nivel geopolítico de que esto debe detenerse. La agrosilvicultura, que implica la integración de árboles en paisajes agrícolas o la agricultura en paisajes forestales, tiene el potencial de reducir los conflictos en el uso de la tierra. Por ejemplo, en África occidental, la agrosilvicultura con cacao puede ser una herramienta valiosa para proteger la biodiversidad y mantener altos niveles de producción alimentaria (Thomas & Vázquez, 2022). Sin embargo, la práctica común de cultivar árboles en monocultivos con especies no nativas en sistemas de agricultura a gran escala no es adecuada para cumplir con las prioridades de conservación y biodiversidad. Desde el punto de vista del clima y del carbono, sabemos que talar árboles de manera acelerada, es devastador. Pero los impactos son más profundos: el 75% del agua dulce accesible del mundo proviene de cuencas hidrográficas boscosas, y con el 80 % de la población mundial enfrentando una amenaza a su seguridad hídrica, los bosques y selvas juegan un papel muy importante en detener la desertificación y prevenir la erosión del suelo, además de servir de protección contra las inundaciones en las zonas costeras, y ser el hogar de una gran cantidad de especies, muchas de las cuales son importantes polinizadores de cultivos. Entonces, ¿qué soluciones existen? Sabemos que la producción de alimentos tiene diferentes impactos en la naturaleza según su origen y método de producción. Sin embargo, ¿qué sucedería si pudiéramos desarrollar un sistema que permita la producción de alimentos y la conservación de bosques en la misma parcela de tierra? Los hongos ofrecen una posible solución.
La mayoría de los hongos comestibles de mayor valor son especies micorrizicas. Los hongos ectomicorrizicos (HEM) forman una asociación a menudo mutualista con una planta asociada. Para facilitar el intercambio de nutrientes por carbohidratos derivados de plantas, se forma una estructura con el sistema de raíces de la planta hospedante, conocida como micorriza. A pesar de su alto valor, la mayoría de las especies HEM comestibles aún no se cultivan y las trufas son una excepción notable. Las especies de trufas a menudo se producen en sistemas abiertos y similares a huertos. Para combinar de manera eficiente la producción de alimentos con la biodiversidad y los objetivos de conservación, se necesita la identificación de otras especies de HEM que puedan ser cultivadas pero en condiciones naturales con una variedad de árboles nativos hospedantes. Sin embargo, los éxitos logrados en el cultivo de trufas aún no se han replicado. Se han intentado métodos similares con especies muy apreciadas por su alto valor nutrimental y comercial, como Boletus edulis (seta comestible), Cantharellus sp (rebozuelo) y Tricholoma matsutake (matsutake), pero sistemas de cultivo fiables y replicables para estos u otros HEM aún no se han desarrollado. La única excepción, por su alto valor nutrimental y relativa facilidad de manejo, es la familia de los hongos de la familia de las Russulaceas. Aunque todavía no se ha cultivado ampliamente, se han logrado avances significativos en el cultivo del Lactarius deliciosus (mizcalo o robellón) europeo, y en ambientes similares a huertos se han reportado cosechas anuales superiores a 1000 kg / Ha (Guerin-Laguette, 2021). El género Lactarius muestra mucho potencial de cultivo y utilizando métodos similares aplicados a L. deliciosus, también se han producido micorrizas con otras especies de Lactarius (Guerin-Laguette 2021). De estos, Lactarius indigo (Hongo azul, añil, zuin, quexque, ririchaca) se encuentra ampliamente en el Neotrópico y Neártico, y es una fuente de alimento muy apreciada por comunidades locales. Además, esta especie crece con una variedad de árboles hospederos en diferentes condiciones bioclimáticas y estados de conservación de bosques.
En una reciente investigación (Thomas y Vázquez, 2022), se propone y describe cómo cultivar una especie de hongo simbiótico, el , desde el aislamiento en laboratorio hasta el desarrollo de árboles jóvenes de especies nativas con raíces inoculadas con este hongo. Estos árboles se pueden plantar en zonas climáticas adecuadas que van desde Costa Rica hasta los Estados Unidos. A medida que la asociación entre el árbol y el hongo madura, comienzan a producir hongos ricos en proteínas. Este enfoque tiene el potencial de aumentar la producción de alimentos, aprovechar los beneficios de los bosques y reducir la carga ambiental asociada con la agricultura intensiva, como el uso de fertilizantes y agua. Además, a medida que estos árboles inoculados con hongos crecen, extraen carbono de la atmósfera, lo que contribuye a la lucha contra la crisis climática. En resumen, esta estrategia no solo tiene el potencial de aumentar la producción de alimentos, sino que también puede contribuir a la conservación de la biodiversidad, actuar como sumidero de carbono y estimular el desarrollo económico en las zonas rurales.
Artículo de divulgación científica publicado en la Gaceta #69 del Sistema de Investigación, Innovación y Desarrollo Tecnológico del Estado de Yucatán (SIIDETEY), página: de la 12 a la 15, y de la cual participa ECOSUR como comité editorial.