La Estrategia Estatal para la Conservación y el Uso Sustentable de la Biodiversidad del Estado de Quintana Roo (ECUSBEQROO) involucró la participación de cerca de 220 personas y varias instituciones y organizaciones como la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (CONABIO), el Gobierno del Estado de Quintana Roo, la Secretaría de Medio Ambiente del Estado de Quintana Roo (SEMA), el Instituto de Biodiversidad y Áreas Naturales Protegidas del Estado de Quintana Roo (IBANQROO), ProNatura Península de Yucatán, el Programa de Pequeñas Donaciones-México (PPD), el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM).
La base para elaborar esta estrategia fue la obra “Riqueza biológica de Quintana Roo. Un análisis para su conservación” (2011), esfuerzo en el que ECOSUR también contribuyó significativamente y que constituye el compendio más completo de información sobre la biodiversidad del estado.
La ECUSBEQROO es un instrumento que vincula y promueve la organización social e institucional a favor de la conservación y uso sustentable de la biodiversidad de manera coordinada a través de las dependencias de los tres órdenes de gobierno, las organizaciones de la sociedad civil, las instituciones académicas y la sociedad en general. La estrategia integra la biodiversidad y su conservación como un factor decisivo y fundamental de las políticas públicas a nivel estatal, y como un motor de la acción local.
ECOSUR reitera su compromiso de seguir contribuyendo con insumos que ayuden a la mejor toma de decisiones para garantizar la conservación de los recursos naturales, de los cuales todas las personas dependemos para vivir, por ello, es fundamental fortalecer la conciencia de la sociedad sobre la relevancia de la conservación del patrimonio natural para asegurar el bienestar de todos los quintanarroenses.
Diana Lilia Trevilla Espinal e Ivett Peña Azcona, estudiantes del Doctorado en Ciencias en Ecología y Desarrollo Sustentable de ECOSUR, fueron seleccionadas para impulsar el proyecto Bordando saberes y alternativas para la agroecología.
A través de la Coordinación de Difusión Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y del programa Arte, Ciencia y Tecnologías (ACT), llevarán a cabo durante 2021 un proceso donde confluyen el arte y la agroecología.
Las estudiantes de ECOSUR participaron en la categoría de creación de obras originales de carácter transdiciplinar, y su propuesta fue una de las ocho seleccionadas entre los 330 proyectos concursantes a escala nacional.
La convocatoria destacó que la crisis provocada por la pandemia de la COVID-19 ha puesto en relieve la urgente necesidad de transformar nuestra relación con el mundo y que los problemas complejos que hoy enfrentamos requieren de un enfoque en el que diversas áreas del conocimiento participen con soluciones comunes. Es urgente un diálogo simétrico y mutuamente enriquecedor entre artes, política y ciencias, para explorar caminos hacia un futuro más sustentable.
La confluencia entre el arte y la agroecología es uno de esos caminos que permite imaginar y concretar nuevas maneras de relacionarnos con la tierra, desde una perspectiva que incluya saberes complejos y prácticas situadas.
Diana Trevilla tiene como directora de tesis a la doctora Lorena Soto Pinto e Ivett Peña a los doctores Alejandro Ortega Argueta y a Luis García Barrios.
El reino de los hongos es fascinante, en esta cápsula se aborda el tema de los hongos que comen piedras. Si quieres saber más acerca de este tema lee la Ecofronteras 68, la revista de divulgación científica de ECOSUR, en https://revistas.ecosur.mx/ecofronteras
En la península de Yucatán, los cenotes son el ambiente dulceacuícola por excelencia. Por la naturaleza kárstica de la región, éstos se forman por disolución de la roca caliza y representan el tipo de cuerpo de agua más común, y a veces el único, en la mayor parte de la península. No obstante, en el centro y sur hay también lagunas, como Silvituc y Bacalar, y ríos, como el Champotón y el Hondo, pero en el norte predominan los cenotes.
La disposición de los cenotes no es del todo aleatoria, ya que hay cierta alineación siguiendo el borde del cráter de Chicxulub, que data del Jurásico, y hoy el cráter está sepultado bajo decenas de metros de roca, pero es todavía visible en la superficie bajo la forma del Anillo de Cenotes. Los cenotes, dolinas, pozas o cuevas, pueden reconocerse a distancia en el campo yucateco por su asociación con “álamos” (higueras, género Ficus), una vegetación más alta que la predominante en el paisaje y también, si es la hora adecuada, por la presencia de golondrinas y murciélagos. Sin embargo, bajo el agua, o desde la orilla, puede notarse la fauna de peces o ictiofauna cenotícola.
Los mosquitos son considerados un problema de salud pública en el mundo, particularmente en los países tropicales en vías de desarrollo. Sin duda, estos son los animales que provocan más muertes sobre la faz de la Tierra, tan solo en 2017 ocasionaron el fallecimiento de 435, 000 por paludismo, una enfermedad transmitida por los mosquitos hembra del género Anopheles, los machos no se alimentan de sangre.
Además del parásito del paludismo, los zancudos también transmiten diversos virus que pueden causar enfermedades graves en las personas, como el dengue, chikungunya, zika y la fiebre amarilla, entre otras.
UN MOSQUITO RECONOCE A SU HUÉSPED A UNA DISTANCIA DE ENTRE 5 Y 15 M.
El éxito evolutivo de los mosquitos se debe a varios factores, como el hecho de ser muy eficientes para encontrar a su huésped, tener un ciclo de vida corto y una alta reproducción. Estos animales usan estímulos químicos, visuales y térmicos para localizar a su huésped.
Al respirar, las personas y los animales exhalamos CO2, junto con otros cientos de compuestos volátiles. Teóricamente, el CO2 emitido por una persona puede ser detectado por el zancudo a una distancia de entre 10 y 50 m y al acercarse, los estímulos de menor alcance como el calor y los compuestos volátiles de la piel le ayudan a identificar un lugar de aterrizaje.
Recientemente, se ha descubierto que la percepción del CO2 desencadena una fuerte atracción visual del mosquito hacia su huésped, mientras que su respuesta a un objetivo térmico es independiente de la presencia de este compuesto. El hecho de que un mosquito sea capaz de reconocer a su huésped a una gran distancia se debe a la percepción que tiene de la mezcla de CO2 con los compuestos volátiles, es decir, que son más atraídos por la sinergia de los componentes mencionados que por los volátiles solos.
LAS BACTERIAS DE LA PIEL PRODUCEN LOS OLORES QUE LES RESULTAN ATRACTIVOS. Respecto a los compuestos volátiles que resultan atractivos para los zancudos, se conoce principalmente a los olores producidos por la microbiota de la piel y particularmente la presente en las manos, pies y axilas.
La evidencia del involucramiento de las bacterias en la producción de los atrayentes de los mosquitos proviene de experimentos relativamente sencillos. Por ejemplo, cuando los pies humanos son lavados con un jabón antibacteriano, los mosquitos dejan de acercarse a estos y comienzan a picar otras partes del cuerpo, lo cual indica que las bacterias de la piel producen los olores que les resultan atractivos.
En otro experimento se recolectó sudor de personas voluntarias que hicieron ejercicio y se demostró que el sudor esterilizado se vuelve atractivo para los mosquitos solo después de ser incubado con bacterias. Aunque el 99 % de la transpiración está constituido por agua y por lo tanto no tiene olor, también posee lípidos que son degradados por las bacterias que al liberar los compuestos volátiles producen mal olor.
Los compuestos derivados de las personas que son atractivos para los mosquitos han sido identificados como ácidos carboxílicos de cadena corta (p. ej. ácido propanoico, ácido butírico, ácido caproico), aldehídos, ácido láctico y compuestos nitrogenados tales como amonio y aminas.
LA RATA COMO MODELO DE ESTUDIO.
Se considera que el ser humano no fue el huésped original de muchas especies de zancudos y que si las personas no están presentes en un espacio se alimentan de otros huéspedes, esto nos ha llevado a preguntarnos si los mosquitos atropofílicos —especies que tienden a picar a las personas— usan los mismos compuestos identificados en los humanos para encontrar a sus otros huéspedes.
Esta idea fue recientemente investigada en el laboratorio de Ecología Química en la Unidad Tapachula de ECOSUR, usando la rata blanca de laboratorio y al mosquito tigre, Aedesalbopictus, como modelos de estudio.
Encontramos que las ratas liberan fenoles —compuestos orgánicos aromáticos hidroxilados— que atraen a las hembras del mosquito hacia ellas. Anteriormente, no se había informado que estos compuestos estuvieran involucrados en la atracción de los mosquitos hacia los humanos.
Se ha reportado que algunos de los compuestos fenólicos identificados en nuestro laboratorio guían a las hembras de zancudos, incluyendo a las del mosquito tigre, a los sitios de oviposición o criaderos. Esto sugiere que las hembras tigre usan los compuestos fenólicos con dos distintas finalidades: encontrar a su huésped y alimentarse, y para hallar un lugar adecuado para depositar sus huevos.
Todavía desconocemos si los compuestos fenólicos son producidos en alguna glándula de las ratas, como un subproducto de su metabolismo o por bacterias asociadas a este animal. Lo que sí se sabemos es que en los criaderos de mosquitos los compuestos fenólicos son producidos por bacterias.
Otro aspecto que descubrimos es que los mosquitos muestran mayor preferencia por las ratas hembras, que por los machos, y más por las ratas hembras vírgenes que por las hembras apareadas o preñadas. Todas las ratas investigadas liberan los mismos compuestos fenólicos, sin embargo, hay una variación en la concentración dependiendo del sexo o el estado fisiológico. Pensamos que esta diferencia la utilizan los mosquitos para discriminar a las ratas.
Un experimento adicional mostró que los zancudos alimentados con ratas hembras vírgenes tuvieron un ciclo gonotrófico —periodo que va desde que la hembra se alimenta hasta que pone sus huevos— más corto; produjeron más huevos, fueron más fértiles y su descendencia estuvo compuesta mayormente por hembras en comparación con los mosquitos alimentados con ratas machos o ratas hembras apareadas o preñadas. Desconocemos si algún factor alimenticio u hormonal en la sangre de las ratas provoca los cambios observados.
ALTERNATIVAS PARA CONTROLAR A LOS MOSQUITOS VECTORES DE ENFERMEDADES.
Desde el punto de vista práctico, los compuestos con los que los zancudos identifican a sus huéspedes se pueden utilizar para desarrollar sistemas de monitoreo o trampeo masivo para las especies vectores de enfermedades.
Diversas mezclas de compuestos derivadas de humanos han sido identificadas y muchas son vendidas de manera comercial. Una gran cantidad de ellas tienen en común la presencia de ácidos carboxílicos de cadena corta, ácido láctico y amonio, y son usadas por mosquitos hembras cuando buscan a sus huéspedes para alimentarse.
En nuestro caso, la mezcla derivada de los compuestos fenólicos tiene la ventaja de atraer hembras que buscan alimentarse, así como a las que buscan un lugar en donde ovipositar. Experimentos futuros evaluarán la efectividad de mezcla de fenoles comparada con las mezclas de atrayentes comerciales.
La búsqueda de alternativas al uso de insecticidas para controlar a los mosquitos vectores de enfermedades debe ser una prioridad de investigación, particularmente en un planeta que está experimentando un cambio climático importante que puede exacerbar el impacto de enfermedades transmitidas por insectos.
*Julio César Rojas León es Investigador del Departamento Agricultura, Sociedad y Ambiente de ECOSUR (jrojas@www.ecosur.mx)
México por su riqueza biológica y cultural es un país agroforestal, aquí podemos encontrar sistemas agroforestales de cultivo y cría de animales con árboles, como las chinampas, los cacaotales, cafetales, milpas con frutales, cactos, palmas y agaves, la cría de abejas con plantaciones y acahuales melíferos, los sistemas silvopastoriles del trópico y de zonas semidesérticas, los oasis, los huertos familiares, el agrobosque de piña y los acahuales mejorados. Todos tienen en común los árboles.
Como guardianes o ingenieros del (agro) ecosistema, los árboles, con sus propios recursos o con los de otras especies o sus derivados, producen y cambian el hábitat para favorecer el aprovechamiento de recursos por otros organismos, lo cual ofrece muchas funciones socioambientales. Recirculan nutrientes, producen materia orgánica, retienen, protegen y mejoran las propiedades físicas, químicas y los microorganismos del suelo, contribuyen a mejorar el microclima y el clima global, crean hábitat y corredores para la flora y fauna y son nodrizas (generan condiciones para que otras crezcan debajo de sus copas), contribuyendo a mantener los ciclos del agua y la polinización, ofrecen alimentos, leña, madera y otros productos, entre otras funciones.
Tradicionalmente la cría de animales ha tenido un carácter agroforestal en México. El paisaje ganadero está conformado por potreros de pastos entremezclados con árboles dispersos, cercos vivos, bosquetes, relictos de vegetación de selvas secas, medianas y altas, boques de niebla, roblares y, en las zonas costeras, las vacas pastorean en los manglares; en una combinación de pastos y leñosas perennes considerados sistemas agroforestales, ya sea en arreglos silvopastoriles o agrosilvopastoriles, según los elementos que dispongan. En los sistemas silvopastoriles los árboles reducen el estrés climático, ofrecen forraje para aumentar la disponibilidad de proteína y aprovechar mejor la energía, sirven como límites de las parcelas y producen leña, frutales y servicios ecosistémicos. Según la SAGARPA (hoy SADER) en un reporte de 2012, esta actividad ocupa 4 787 127.5 hectáreas de áreas forestales y de descanso agrícola.
La vegetación natural, los árboles aislados y los pequeños bosquetes provenientes de la regeneración natural, con los que se entremezclan las áreas de pastoreo, han sido importantes para el crecimiento de la ganadería. Los animales también han contribuido a la recuperación de algunas especies de la vegetación natural, ya que los rumiantes, al consumir las semillas de los árboles a través del ramoneo ayudan a dispersarlos, no sin cambiar la diversidad y abundancia de especies, y con ello, la ecología de estas áreas.
La ganadería ocupó primeramente las planicies y luego las áreas montañosas, transformando los paisajes forestales y agroforestales del pasado, al mantenerse de los pastizales naturalizados sabanoides, producto de la eliminación de la cubierta forestal, y de los acahuales, producto de la sucesión secundaria.
En los años 60 y 70 del siglo pasado, la ganadería favorecía las áreas descampadas, sin vegetación. En tiempos de la revolución verde, programas gubernamentales favorecían y pagaban por eliminar la vegetación, la cual era considerada “tierra ociosa”. Sin embargo, el arte y ciencia agroforestal, con innovaciones tecnológicas, principalmente adaptadas a la ganadería familiar o de pequeña escala, ha impulsado estos sistemas como alternativa para la producción ganadera y la conservación de los recursos naturales. Por fortuna, los sistemas silvopastoriles van nuevamente en aumento en México, con lo que, poco a poco se mejora la producción ganadera y se recupera la vegetación arbórea.
Sin embargo, en un sistema ganadero con árboles no todo es bonanza, ya que la inclusión de árboles no es lo es todo. El diseño, establecimiento y mantenimiento de estos sistemas ofrece muchos retos, ya que no es suficiente una buena alimentación a los animales, sino un manejo adecuado de la disponibilidad de forraje a lo largo del año, un balance nutricional, la salud animal, la duración de las pasturas en el largo plazo, el mantenimiento del suelo, sus propiedades fisicoquímicas y sus acervos biológicos, el control de arvenses, el manejo adecuado del agua, si es que la hay disponible, o la búsqueda de nuevas formas de obtenerla y cuidarla; el control del pastoreo, la eliminación de agroquímicos y el manejo adecuado de plagas y enfermedades de los pastos y los animales; un manejo adecuado de la reproducción y crecimiento adecuado de las crías, la disposición de áreas para la restauración de la vegetación natural, la inocuidad de los productos, el sostenimiento de las condiciones productivas, el manejo de las áreas de pastoreo y forestales, la conciliación del cuidado de la biodiversidad y servicios ecosistémicos, la organización e inclusión social, así como la apertura de mercados de especialidad de sus productos, el manejo del doble propósito. La agregación de valor de los productos y en ocasiones la implementación de sistemas silvopastoriles es pretexto para abrir nuevas áreas de bosque, quemar los acahuales, extender los pastos, aumentar el número de cabezas de bovinos, sin incrementar la intensidad de uso, la calidad o la sustentabilidad de la actividad. En los aspectos sociales, las mujeres tienen poco o nulo acceso a la tierra, al capital y a los animales, muchas veces hacen el trabajo de la transformación y comercialización de los productos, un trabajo no remunerado, arduo e invisibilizado y la población joven reclama el relevo generacional. Poco se considera en los programas el apoyo al manejo de pequeñas especies para la ganadería familiar con fines de autosuficiencia alimentaria.
Se requiere una transformación de las políticas públicas, de los programas de apoyo, de la mirada ranchera hacia una transformación profunda de la ganadería. Las políticas públicas y los programas gubernamentales han sido sectoriales y la agroforestería hasta hace unos años no estaba considerada en estos programas, ya que al ser agroforestal no se atendía por el sector agrícola, ni el pecuario, ni el forestal, tres sectores que históricamente poco se hablan entre sí. ¿Están cambiando hoy las cosas?
Se requiere un cambio de paradigma hacia una forma más integrada de la población humana con el medio natural. Una forma de relacionarse con la tierra menos colonial, donde se consideren la interdependencia de las personas con la tierra, como parte de ella y no bajo una relación de dominación.
Es importante apoyar la ganadería familiar, pequeñas unidades dentro de los sistemas campesinos, a pequeña escala, con estrategias para dar empleo a hombres y mujeres, a la población de jóvenes, aumentando los productos, la calidad, los ingresos y las oportunidades, combinando distintas especies animales para la autosuficiencia alimentaria y apuntalando mercados de especialidad agroecológica, con agrobiodiversidad, incluyendo, la dinámica de la milpa, el huerto familiar, los acahuales y una visión holística de alimentación saludable con inclusión social y en armonía con la naturaleza.
El paisaje ganadero está conformado por potreros de pastos entremezclados con árboles dispersos, cercos vivos, bosquetes, relictos de vegetación de selvas secas, medianas y altas, boques de niebla, roblares y, en las zonas costeras, las vacas pastorean en los manglares; en una combinación de pastos y leñosas perennes
Mujer ganadera en Chiapas, México. Lorena Soto Pinto
José Armando Alayón-Gamboa, Samuel Albores-Moreno, Alejandro Morón-Ríos, Guillermo Jiménez-Ferrer, Jorge Canul-Solís(TecNM-IT Tizimín)Ángel T. Piñeiro-Vázquez(TecNM-IT Conkal) El Colegio de la Frontera Sur jalayon@www.ecosur.mx
En materia de pesca y acuacultura, la pandemia ha generado diversos estragos entre los pescadores ribereños y los acuacultores. Diana Manzo / La Jornada
El problema y la oportunidad
La fuerte deforestación observada durante las últimas cuatro décadas en las selvas y bosques, en toda Latinoamérica, ha sido consecuencia del cambio del uso del suelo en favor de la actividad agrícola y pecuaria a gran escala, con el fin de producir alimentos para la creciente demanda mundial. Estas demandas de alimento, particularmente las de origen animal, seguirán creciendo en las próximas tres décadas a consecuencia del aumento esperado de la población.
Este escenario obliga a encontrar mecanismos que reduzcan la deforestación, y el reto de muchos países como México es lograr una suficiencia alimentaria y asegurar su disponibilidad para la población, utilizando estrategias de producción que recuperen los procesos ecológicos y sociales que se han afectado al transformar las selvas en sitios de cultivo de vegetales o de crianza animal. En este sentido, las prácticas que realizan los pequeños agricultores juegan un papel importante, pues combinan sistemas mixtos de agricultura con ganadería, que fomentan pequeñas reservas forestales a través de su manejo y cuidado.
Estas pequeñas reservas surgen como consecuencia de la recuperación de la vegetación original, debida al abandono de los terrenos agrícolas y pecuarios o como consecuencia del uso y manejo de la vegetación, lo que puede generar algún nivel de modificación, pero conservan la mayoría de las especies vegetales encontradas al inicio del manejo. Cualquiera de estas dos vías da origen a una etapa de la vegetación, conocida como acahual (del náhuatl acahualli- terreno baldío o abandonado), que en la Península de Yucatán se denomina k’ax o hubche’, y los campesinos mayas lo diferencian de acuerdo con su edad o tiempo de abandono: como xmehen k’ax (de 10 a 20 años), tankelem k’ax (de 20 a 40) o nukuch k’ax (más de 40 años).
El acahual tiene una rica composición de hierbas, enredaderas, arbustos y árboles, por lo que juega un importante papel para los medios de vida de los pequeños agricultores. Este tipo de agricultores constituyen el 73% de las 5.3 millones de unidades económicas del sector rural en el campo mexicano (FAO-SAGARPA 2014), y aportan cantidades significativas de alimento para la seguridad alimentaria de la población mexicana. Entre estos pequeños agricultores, son de particular importancia aquellos que viven donde existe o existía un tipo de vegetación llamado selva baja caducifolia (SBC), como la que se encuentra distribuida en la Península de Yucatán. Los acahuales derivados de la SBC son un recurso alimenticio valioso para los animales rumiantes (vacas, cabras, borregos). Así mismo, debido a su alta riqueza de especies constituyen una fuente de recursos de la que obtienen beneficios los agricultores.
En la época de sequía (febrero a junio), cuando escasean los pastos para el ganado, el acahual juega un papel clave para su alimentación y mantenimiento, ya que del total de especies de plantas se pueden utilizar entre 100 y 200 especies para la alimentación de vacas, borregos, cabras, cerdos y aves. Los trabajos realizados en El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR), en conjunto con otras instituciones, han destacado la importancia y el papel que juega el acahual como un sistema agroforestal para la crianza de animales rumiantes. En el acahual de una SBC en Campeche, los bovinos en libre ramoneo pueden llegar a consumir hasta 48 especies vegetales a lo largo del año. La ventaja comparativa del consumo de estas hierbas, enredaderas, hojas, flores y vainas de arbustos y árboles, es que aportan a los animales una dieta con mayor calidad, por la mayor concentración de proteína y minerales, en un periodo del año en el que disminuye dramáticamente la proteína en los pastos por su maduración. Además de la proteína, también aportan otros compuestos químicos conocidos como compuestos secundarios (CS), siendo los taninos condensados (TC) y las saponinas (SA) los de mayor abundancia. Estos compuestos ayudan a los animales a reducir la producción de metano (CH4) durante la fermentación del alimento. El metano es uno de los gases de efecto invernadero (GEI) y con su reducción se contribuye a disminuir su impacto en el calentamiento global. Los bovinos de 250 kilogramos de peso ramoneando durante todo el año en el acahual pueden consumir hasta 25 kilogramos de forraje verde al día y con ello cubrir las necesidades diarias de proteína y minerales, como el calcio, sodio, potasio y magnesio. Además, esta dieta tiene el potencial de reducir la producción de metano hasta en 31%. Otra de las bondades que aporta a los animales el consumo de compuestos secundarios es la posibilidad de desparasitarse y con ello mejorar su salud.
El reto y la propuesta
En la actualidad se plantea que para cubrir la futura demanda de alimentos de origen animal de forma sostenible, es necesario desarrollar esquemas de mayor producción animal en menor cantidad de superficie de tierra y con menor huella ecológica. En este sentido el acahual puede fungir como un sistema agroforestal que se integre en los sistemas ganaderos con un manejo estratégico multipropósito. Resulta factible incorporarlo dentro de la visión de las políticas públicas destinadas a fortalecer los sistemas de producción de alimentos en el medio rural (por ejemplo, “sembrando vida” o “producción para el bienestar”). Principalmente porque en términos sociales su uso se encuentra generalizado y su manejo es aceptado dentro de las prácticas culturales de los pequeños agricultores.
Sin embargo, es necesario conocer más los límites de carga o intensidad de ramoneo que pueden soportar las distintas especies de plantas del acahual, antes de comprometer su productividad de forraje para los animales o incluso cambiar la composición de especies que lo conforman. Tradicionalmente se han manejado bajas cargas de pastoreo (un animal de 150 kg por hectárea), pero podría incrementarse (un animal de 250 kg por hectárea) sin exceder el forrajeo.
Otro reto que vencer es ampliar la visión actual de la política pública de apoyar el pago de servicios ambientales solo en sistemas forestales o agroforestales. Se necesita adecuar los marcos institucionales de la política pública para incluir a los acahuales que existen en los sistemas ganaderos, ya que aportan servicios al ecosistema; entre ellos mitigan la emisión de dióxido de carbono (CO2), capturan y almacenan mayor cantidad de carbono proveniente de la atmósfera, incluso más que las áreas con vegetación no manejada. Además, ayudan a conservar la biodiversidad (animales y plantas silvestres), facilitan la conexión de los manchones de selva que aún quedan dentro del paisaje agropecuario, sirven como áreas para la captación e infiltración del agua de la lluvia, que en el caso de la Península de Yucatán es clave para la recarga del acuífero del que depende la población. •
Trinidad Alemán Santillán.Biólogo. Departamento de Agricultura, Sociedad y Ambiente. El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR). Unidad San Cristóbal de las Casas, Chiapas. México. taleman@www.ecosur.mx
Joven tzeltal y su becerro. T. Alemán
En la región de los Altos de Chiapas la cría de ovinos se considera una actividad económica distintiva de las comunidades indígenas, asociada a la imagen bucólica que se promociona como atractivo para el turista. Con la lana de esos animales se elabora la ropa tradicional de la mayoría de las comunidades tzotziles y tzeltales de la región, a tal grado que vestimenta y ovinos se asocian estrechamente con la vida cotidiana. A lo largo de los años, múltiples intentos se han hecho para promocionar la ropa artesanal elaborada por las mujeres indígenas como productos de marca, en Europa y en EU, con la intención de generar beneficios económicos para ellas. Los resultados no han sido los esperados y hoy día la ovinocultura parece retroceder ante el avance de muchos otros factores de ese mercado que parecía tan prometedor.
Sin embargo, esta ovinocultura es un ejemplo extraordinario del papel central que la cría de animales juega en las estrategias económicas de esta región de Chiapas, donde el concepto “ganadería” no refleja apropiadamente el significado de la producción animal en las familias campesinas e indígenas. Lejos de ser el factor destructor de recursos naturales que hoy día se quiere proyectar en los ámbitos urbanos, la producción animal es parte orgánica de las economías indígenas. Traídos por los europeos en diferentes momentos de la historia, los animales domésticos, principalmente bovinos y ovejas, formaron parte de las estrategias de apropiación de tierras seguidas por los conquistadores. En los Altos de Chiapas la intención de criar enormes rebaños de ovejas pastoreando grandes extensiones de tierra (al estilo de la meseta española) tuvo como obstáculos principales las condiciones ambientales restrictivas de la región, fuertemente extremas y estacionales: veranos muy húmedos y calurosos alternados con inviernos helados y secos.
Altas cargas parasitarias en verano y escasez severa de forraje en invierno causaron la mortandad animal e impidieron lograr lo esperado, generando decepción en los encomenderos conquistadores que perdieron interés en esta actividad. Pero las mujeres indígenas tuvieron éxito al cambiar totalmente el sistema y la estrategia de producción de animales, incorporándolos en la lógica de la producción familiar.
Cuidar las gripes, limpiar lalana, alimentar las crías, eliminar parásitos y curar heridas se transformaron en cuidados personalizados para un número reducido de animales que ante la posibilidad de nuevos beneficios (lana y estiércol principalmente), pronto conformaron el componente animal que hoy día caracteriza a toda la agricultura campesina, conjuntamente con la milpa, el traspatio, el manejo del bosque y la vida familiar. Si bien el ambiente sigue siendo la limitante más importante de la cría de animales, su atención y manejo son la responsabilidad creativa y exitosa de las mujeres tzotziles y tzeltales de la región.
Ovinos, aves y cerdos están al lado de semillas y azadones, coas y machetes, calendarios agrícolas y rituales propiciatorios para formar parte del acervo cultural, tecnológico y productivo de la unidad de producción familiar, que se maneja haciendo interactuar sus componentes animal, vegetal y humano sin sobrepasar la capacidad de trabajo que exista al interior de la familia. Diez o doce ovinos, media docena de gallinas, uno o dos jolotes y ocasionalmente algún cerdo o novillo, son el inventario pecuario que retribuye sus cuidados pastoreando acahuales y abonando parcelas en descanso, comiendo rastrojos de los cultivos y los desechos de la cocina, aflojando el suelo, aportando lana y generando recursos monetarios en tiempos de crisis financiera.
Aunque el consumo de carne y otros productos de origen animal no es tan relevante como podría creerse, comer pollo o huevos es frecuente en las familias indígenas. La venta de animales vivos tampoco es el objetivo principal de su crianza, sino los productos y servicios que generan. Entre las mujeres tzotziles los ovinos, o los novillos en el caso de las tzeltales, además de lana, estiércol y algún eventual dinero, inciden en el “prestigio social” que otorgan. Los animales pueden venderse en momentos familiares críticos, como una enfermedad, el estiércol se utiliza como abono de las hortalizas o en la milpa, la lana se usa para confeccionar la ropa, pero el buen aspecto de los animales proyecta una imagen responsable, confiable y hasta envidiable de su dueña.
Aunque la información estadística nacional no lo registra adecuadamente, esta producción animal familiar decrece rápidamente ante escenarios adversos, aún entre académicos que se niegan a aceptar su importancia y pertinencia. Al interior de las familias indígenas de los Altos de Chiapas, las nuevas generaciones, principalmente las mujeres, están en la búsqueda constante de mejores opciones de vida. Salir a estudiar o a trabajar es mejor que casarse y repetir los ciclos de sus madres y padres. Con estos cambios se van también costumbres, tradiciones, estrategias económicas y conocimientos agrícolas.
La globalización, que afecta todos los aspectos de nuestras vidas, cambia expectativas, visiones y hábitos de consumo. Los agroquímicos sustituyen tecnologías locales, la ropa industrial desplaza la vestimenta tradicional, los tiempos destinados al cuidado personalizado de los animales se destinan a trabajos remunerados, el conocimiento empírico cede ante las propuestas institucionales. En síntesis, los modos de vida indígenas se transforman arrastrando consigo a los sistemas de producción familiar. ¿Cuánto más persistirán? •
Ovinos, milpa y mujer tzotzil. T. Alemán
TEXTO PUBLICADO EN:
LA JORNADA DEL CAMPO:https://www.jornada.com.mx/2020/12/19/delcampo/articulos/antsetique-produccion-animal.html?fbclid=IwAR21NChmLnLZLC8J7bgBIBngZYGp5DkJ7YZ3A7H70np-nusPqhSo91GYgSo
El año 2020 será recordado como un año de enormes desafíos para la humanidad, que tuvo que enfrentar la pandemia por COVID-19 ocasionada por el coronavirus SARS-CoV-2 y puso en evidencia la fragilidad de los sistemas político-económicos mundiales, orillando a buscar nuevos caminos socioambientales. Hoy es evidente que la deforestación y el cambio del uso del suelo en los ecosistemas, los sistemas agropecuarios extensivos, el uso de agroquímicos perversos como el glifosato, la resistencia antimicrobiana en humanos y animales por el uso desmedido de antibióticos, el uso de transgénicos y el comercio ilegal de la vida silvestre, son factores que han propiciado las actuales crisis, agravadas por el cambio climático. En este contexto, la preocupación en el campo mexicano se suma a las interrogantes a nivel mundial, con respecto a lo que sucederá en la salud pública, la agricultura y la seguridad alimentaria. Debido a que la actual pandemia amenaza a la población más vulnerable -entre las que se cuenta el sector rural-, generando desestabilidad en su economía, salud familiar, disponibilidad de fuerza de trabajo, salud de sus animales, seguridad en la obtención de insumos, precios justos de comercialización, desplazamiento seguro de sus productos, y consumo de alimentos sanos y saludables.
Los sistemas alimentarios intensivos de gran escala han profundizado la pobreza y están contribuyendo a una pobre salud de la población y a la degradación ambiental. La forma de producir los alimentos para la creciente población ha sido una de las principales causas del deterioro de la salud pública, al cambio climático, la pérdida de la biodiversidad, agotamiento del agua dulce, pérdida de fertilidad de los suelos, cambio en el uso del suelo y contaminación del suelo y el agua. Por ello, urgen esfuerzos globales para transformar los hábitos alimentarios hacia formas de consumo saludable, y las formas de producir los alimentos a partir de sistemas sustentables de producción. Por ello es necesario enfocar los esfuerzos hacia una transición agroecológica, y que además permita alcanzar los objetivos del desarrollo sostenible y las metas de los acuerdos de París, así como poder alimentar sanamente a 10 billones de personas para el año 2050. Lo anterior requiere, también, disminuir la pérdida y desecho de los alimentos, y realizar grandes mejoras en las prácticas para la producción alimentaria. Esto último implica que los sistemas de producción sustentable puedan operar dentro de un límite seguro, en el que no se requiera el uso adicional de tierra, se salvaguarde la actual biodiversidad del planeta, se reduzca el uso extenuante de agua dulce y aumente la responsabilidad en el manejo del agua, se reduzca sustantivamente la contaminación, se reduzca a cero las emisiones de dióxido de carbono, y que no se produzcan incrementos futuros en las emisiones de metano y óxido nitroso. También será necesario reducir (hasta en un 75%) las desigualdades sociales y la brechas que existen en la producción de alimentos, contar con opciones de implementación rápida para mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero de la agricultura, y contar con la adopción de prácticas de manejo que permitan pasar de una agricultura contaminante y emisora de carbono a una que capture carbono, usando recursos locales en conjunción con el conocimiento tradicional.
La agroforestería -disciplina que permite el uso sustentable de la tierra y que promueve el manejo integral de árboles, cultivos y animales, incorporando el conocimiento tradicional de los productores y el avance de la ciencia- ha demostrado, en los últimos 40 años, ser una de las disciplinas científicas más robustas que han contribuido en mejorar y desarrollar sistemas agropecuarios sustentables. Así, a escala mundial, la agroforestería está jugando un estratégico papel en los programas de desarrollo y manejo sustentable de los recursos, y se ha reconocido como una ciencia que permite conciliar la producción de alimentos con la conservación de los recursos naturales y la biodiversidad. Por ello, puede llegar a ser una piedra angular en el actual esquema de política agropecuaria del gobierno de la 4T, que busca atender los problemas del bienestar y la seguridad alimentaria, a través de sistemas resilientes en la producción de alimentos. En México, existe una añeja tradición en el uso y mejoramiento de los sistemas agroforestales. Las experiencias de la milpa maya, el sistema café orgánico con sombra, los sistemas agrosilvopastoriles tradicionales, las chinampas, entre otros, son ejemplos de una rica cultura agroforestal en nuestro país. El interés por la agroforestería pecuaria y los sistemas agrosilvopastoriles también son de larga tradición, y hoy su revalorización y rescate ha ido en aumento. Actualmente se reconoce la necesidad de promover participativamente ese enfoque para transformar los esquemas extensivos de producción animal que fueron impuestos por políticas neoliberales, bajo una visión extractivista y de eficiencia económica, a costa del bienestar de la sociedad rural. Por ello, el tema de la ganadería sigue siendo polémico, de importancia mundial y arduamente discutido en múltiples foros enfocados al desarrollo. En México, la crianza de animales, combinada con cultivos y árboles siempre ha sido una práctica vital para la ganadería que practican los pequeños productores. De ella dependen una inmensa mayoría de campesinos e indígenas que abastecen los mercados locales y contribuyen con la seguridad alimentaria nacional.
Hoy se reconoce la necesidad de impulsar desde abajo, de forma participativa, la agroforestería para transformar los esquemas extensivos de producción animal, reducir las desigualdades sociales y de género, evitar el deterioro de los recursos naturales, conservar la biodiversidad, y buscar el bienestar de la sociedad rural. Los trabajos aquí presentados abordan estas distintas aristas y presentan algunas experiencias “vivas”, que pretenden sensibilizar al público en general sobre la importancia de la agroforestería en México. •
Bovinos en silvopastoreo de árboles dispersos, Guillermo Jiménez Ferrer
Actualmente se reconoce la necesidad de promover participativamente ese enfoque para transformar los esquemas extensivos de producción animal que fueron impuestos por políticas neoliberales
Gabriela Ehuan Noh,ECOSUR; Alma Oliveto Andrade,ECOSUR;Alejandro Espinoza Tenorio,ECOSUR
Combatir el hambre ha sido una continua preocupación en México. En ese sentido, desde la década de los 70, en la búsqueda de aumentar la producción de alimentos en el país, se optó por industrializar el sector agropecuario, hecho que favoreció la producción de alimentos de baja calidad nutricional y una menor autonomía alimentaria de las comunidades productoras.
Derivado de esta situación, las familias vinculadas con los sectores primarios se confinaron en una ruralidad en la que el 69.9% de los hogares presentan algún nivel de inseguridad alimentaria con niveles alarmantes de desnutrición infantil y altos índices de obesidad adulta, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Salud y Nutrición 2018.
Es paradójico que, aunque 150 municipios asentados en las costas del territorio mexicano realizan actividades relacionadas con la pesca ribereña, que provee de empleo, dinero y alimento de forma directa a 300 mil habitantes y favorece indirectamente hasta a un millón de beneficiarios, su población carezca de una alimentación digna que la coloca en una condición de vulnerabilidad ante crisis como la provocada por la enfermedad COVID-19.
Entre abril y junio de este año, las comunidades del sector pesquero vieron cerrarse los mercados internacionales, así como sus tradicionales lugares de venta en el país. Asimismo, durante este periodo, debido a la pandemia, muchas comunidades costeras eligieron aislarse, lo que imposibilitó el intercambio de alimentos con el exterior y fue así como la mar se convirtió en la principal fuente abastecedora de proteína animal y en el blindaje contra la inanición.
Aunque los alimentos marinos son una rica fuente de proteínas y minerales esenciales para el cuerpo humano, la otra cara de la nutrición de las comunidades costeras es muy poco conocida. Dadas las condiciones de pobreza e inequidad en la que se desarrollan estas sociedades, su dieta se basa principalmente en alimentos marinos, pero carecen de otros suministros como cereales, frutas, verduras y otras carnes que son necesarios en una dieta balanceada, indispensable para la salud humana.
Los salarios limitados e inestables de las familias pescadoras suponen una barrera para acceder a la canasta básica, además, el aislamiento geográfico (abastecer de frutas y verduras a las familias costeras implica altos gastos de traslado) induce a los habitantes de las zonas rurales al consumo de comida industrializada, porque es más accesible en las tiendas locales que los alimentos de origen natural. Así, la dieta de las familias de pescadores suele ser rica en grasas y alimentos procesados.
Poco se sabe en México sobre el estado nutricional de las comunidades pesqueras, aunque se reconoce que el incremento de dietas altas en colesterol y triglicéridos aumentan el riesgo de sufrir dislipidemias y otras enfermedades crónico-degenerativas asociadas. Registros de otros países muestran cada vez más a pescadores con cuadros de hipertensión y a amas de casa que padecen obesidad y diabetes, eso sin hablar de otros temas como el alcoholismo. En este contexto, ya luce lejana la imagen de esos pescadores mayores, sanos y fuertes debido a su alimentación basada únicamente en comida de origen natural.
Aunque se han impulsado políticas nacionales para atender la falta de alimento de la población, nos preguntamos ¿qué sucede con las estrategias que han implementado?, ¿cómo podemos mejorarlas localmente? Como primer paso sería importante rediseñar los programas alimenticios que se han concentrado en el reparto de comida para completar el consumo calórico, sin considerar las necesidades de balance nutricional que necesitan las familias pescadoras. Subsecuentemente, es necesario promover conocimientos sobre cómo llevar una dieta balanceada a partir de ingredientes locales, de bajo costo, accesibles, adaptados a la riqueza gastronómica local y acordes a los paladares e identidades culturales de las sociedades pescadoras.
El trance por el que atraviesa la nación es una oportunidad crucial para repensar nuestras formas de comer y para construir las capacidades suficientes para que las familias pescadoras sean autónomas y puedan elegir qué comer y no dejar la nutrición en los intereses de los mercados internacionales.
El sector pesquero quedó devastado por la COVID-19, las familias costeras atraviesan momentos apremiantes para satisfacer sus necesidades básicas y rescatar su actividad productiva, por lo que es urgente atender las necesidades de alimento y salud de estos grupos sociales. •