Alejandro Espinoza Tenorio
Gabriela Ehuan Noh, ECOSUR; Alma Oliveto Andrade, ECOSUR; Alejandro Espinoza Tenorio, ECOSUR
Combatir el hambre ha sido una continua preocupación en México. En ese sentido, desde la década de los 70, en la búsqueda de aumentar la producción de alimentos en el país, se optó por industrializar el sector agropecuario, hecho que favoreció la producción de alimentos de baja calidad nutricional y una menor autonomía alimentaria de las comunidades productoras.
Derivado de esta situación, las familias vinculadas con los sectores primarios se confinaron en una ruralidad en la que el 69.9% de los hogares presentan algún nivel de inseguridad alimentaria con niveles alarmantes de desnutrición infantil y altos índices de obesidad adulta, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Salud y Nutrición 2018.
Es paradójico que, aunque 150 municipios asentados en las costas del territorio mexicano realizan actividades relacionadas con la pesca ribereña, que provee de empleo, dinero y alimento de forma directa a 300 mil habitantes y favorece indirectamente hasta a un millón de beneficiarios, su población carezca de una alimentación digna que la coloca en una condición de vulnerabilidad ante crisis como la provocada por la enfermedad COVID-19.
Entre abril y junio de este año, las comunidades del sector pesquero vieron cerrarse los mercados internacionales, así como sus tradicionales lugares de venta en el país. Asimismo, durante este periodo, debido a la pandemia, muchas comunidades costeras eligieron aislarse, lo que imposibilitó el intercambio de alimentos con el exterior y fue así como la mar se convirtió en la principal fuente abastecedora de proteína animal y en el blindaje contra la inanición.
Aunque los alimentos marinos son una rica fuente de proteínas y minerales esenciales para el cuerpo humano, la otra cara de la nutrición de las comunidades costeras es muy poco conocida. Dadas las condiciones de pobreza e inequidad en la que se desarrollan estas sociedades, su dieta se basa principalmente en alimentos marinos, pero carecen de otros suministros como cereales, frutas, verduras y otras carnes que son necesarios en una dieta balanceada, indispensable para la salud humana.
Los salarios limitados e inestables de las familias pescadoras suponen una barrera para acceder a la canasta básica, además, el aislamiento geográfico (abastecer de frutas y verduras a las familias costeras implica altos gastos de traslado) induce a los habitantes de las zonas rurales al consumo de comida industrializada, porque es más accesible en las tiendas locales que los alimentos de origen natural. Así, la dieta de las familias de pescadores suele ser rica en grasas y alimentos procesados.
Poco se sabe en México sobre el estado nutricional de las comunidades pesqueras, aunque se reconoce que el incremento de dietas altas en colesterol y triglicéridos aumentan el riesgo de sufrir dislipidemias y otras enfermedades crónico-degenerativas asociadas. Registros de otros países muestran cada vez más a pescadores con cuadros de hipertensión y a amas de casa que padecen obesidad y diabetes, eso sin hablar de otros temas como el alcoholismo. En este contexto, ya luce lejana la imagen de esos pescadores mayores, sanos y fuertes debido a su alimentación basada únicamente en comida de origen natural.
Aunque se han impulsado políticas nacionales para atender la falta de alimento de la población, nos preguntamos ¿qué sucede con las estrategias que han implementado?, ¿cómo podemos mejorarlas localmente? Como primer paso sería importante rediseñar los programas alimenticios que se han concentrado en el reparto de comida para completar el consumo calórico, sin considerar las necesidades de balance nutricional que necesitan las familias pescadoras. Subsecuentemente, es necesario promover conocimientos sobre cómo llevar una dieta balanceada a partir de ingredientes locales, de bajo costo, accesibles, adaptados a la riqueza gastronómica local y acordes a los paladares e identidades culturales de las sociedades pescadoras.
El trance por el que atraviesa la nación es una oportunidad crucial para repensar nuestras formas de comer y para construir las capacidades suficientes para que las familias pescadoras sean autónomas y puedan elegir qué comer y no dejar la nutrición en los intereses de los mercados internacionales.
El sector pesquero quedó devastado por la COVID-19, las familias costeras atraviesan momentos apremiantes para satisfacer sus necesidades básicas y rescatar su actividad productiva, por lo que es urgente atender las necesidades de alimento y salud de estos grupos sociales. •
TEXTO PUBLICADO EN:
LA JORNADA DEL CAMPO: https://www.jornada.com.mx/2020/12/19/delcampo/articulos/pescado-viven.html?fbclid=IwAR3GDVuLFsBTekvFcDwDBJdXtkLYQfFoGphNEvuwAOdYP19aPvrkIqsvao8