El chacá (Bursera simaruba) es un árbol nativo de la América tropical que llega a medir hasta 30 metros de altura.  En México se encuentra distribuido en las zonas cálidas del país, y especialmente en el sureste, ha tenido gran importancia y figurado dentro de la cultura local.

 

Su tronco se distingue por su forma y textura: se ramifica desde una baja altura torciéndose hasta llegar a su copa irregular y dispersa, mientras su corteza color cobre aparenta descarapelarse por fragmentos, mostrando por dentro un tronco liso, lustroso y oscuro. Por esta razón, el chacá es conocido popularmente como ‘palo mulato’.

 

La nobleza del chacá va desde su llana reproducción en tierras poco fértiles, hasta sus innumerables usos y propiedades medicinales como desinflamante y para problemas respiratorios principalmente. Su resina se usa como incienso así como para aliviar quemaduras causadas por la resina de su hermano malvado, el chechén (Metodopium brownei). Estos dos árboles sagrados son protagonistas de leyendas mayas sobre veneno y antídoto, el bien y el mal, la dualidad simbólica del universo resguardada por la sabiduría de la selva.

 

Las abejas y los apicultores también disfrutan de sus bondades, sobre todo entre los meses de abril y agosto cuando el chacá se llena de pequeñas flores aromáticas color blanco que proporcionan néctar y polen en abundancia casi toda la época de cosecha de esta región.

Se trata de una miel monofloral (45%+ de polen de chacá) con olor herbal-vegetal y aroma a caramelo, particularmente oscura con tonalidades ámbar sombrío (64mm Pfund). La miel de este árbol ancestral tiene hoy un valor más allá de lo milenario, pues es una de las mieles con mayor producción en la Península de Yucatán.