El colapso de las exportaciones no solo arrasó con cifras y mercados: arrasó con vidas, con oficios heredados y con identidades comunitarias. Tabasco pasó de ser un mosaico exportador —limón, piña, papaya, cacao, copra y plátano— a depender de un solo fruto: el banano. El resto quedó en la ruina, en abandono o en reconversión y migración forzada.
Según datos del INEGI, las exportaciones no petroleras de Tabasco alcanzaron 2,390 millones de pesos en 2019, pero a partir del 2021 empezaron a caer hasta los 1,635 millones. En medio de esa contracción, el golpe más duro lo recibió el campo. La crisis no fue solo económica: fue un crimen perfecto con víctimas sociales.
El desplome exportador expulsó a miles de tabasqueños de su tierra. La papaya maradol, que en los años noventa llegó a exportarse con regularidad a Estados Unidos, se desplomó entre 2003 y 2006 por una virosis que destruyó más del 70 por ciento de las huertas. Un estudio del Colegio de la Frontera Sur (Ecosur) documenta que de 847 productores registrados, apenas sobrevivieron 199 en el padrón de Sagarpa.
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